Esta semana Francesc Baldirá vuelve a mostrarnos una vez más, la humanidad de los proyectos. Os dejo con el.
Amigos, tengo una mala noticia para los gestores de proyectos. O… quizá sea buena. Mejor que cada uno saque sus conclusiones al final de esta breve reflexión.
Imaginemos un proyecto en el que los requisitos han sido claramente definidos y formalmente aceptados, todas las tareas han finalizado a tiempo, no nos hemos pasado del presupuesto, se ha realizado un excelente plan de pruebas y la calidad del resultado ha sido muy buena y, por supuesto, el cliente está satisfecho. Que ya es imaginar. ¿Qué diríamos? Un éxito! sin lugar a dudas!. Pues la mala noticia es que, a pesar de lo aparentemente idílico de la situación, puede ser que el éxito no sea tal. Veamos.
Sigamos imaginando, vayamos un poco más allá de lo formalmente correcto (la metodología) y demos un repaso a “otras consecuencias” de nuestro proyecto. Supongamos que la implantación de nuestro proyecto perfecto va a suponer una cierta pérdida de estatus de un determinado directivo, otro jefe de departamento verá disminuido su poder pues su equipo deberá ser reducido y un tercer mando verá deteriorada su imagen pues se manifestó en su día visiblemente contrario al proyecto. ¿Creéis que se van a quedar de brazos cruzados?. Evidentemente, no.
Harán todo lo posible para que la implantación sea un fracaso y, si tienen el suficiente poder, influencia o habilidad, nuestro proyecto pasará por un calvario de dificultades y complicadas situaciones imprevistas. Perfectamente podrá ser acusado de no resolver las necesidades globales de la organización, se cuestionará que no produce los beneficios esperados o cualquier otro intangible (opiniones, principalmente) que, en general, las metodologías no nos enseñan a prever y medir. El grado de impacto al proyecto dependerá directamente de la capacidad de influencia y poder de los personajes afectados y pueden llegar a conseguir que el proyecto fracase y sea desestimado.
¿De qué estamos hablando?, de emociones, de simples y primarias emociones. Nuestro proyecto, sin desearlo, ha podido generar envidias y temores que actuarán en nuestra contra si las emociones que las desatan no son gestionadas adecuadamente.
Y, fijaros, que he dejado que el proyecto imaginario transcurra de forma ideal y terminara con éxito hasta su etapa de pruebas. Lo esperable es que las trabas aparezcan en etapas más tempranas del proyecto, con lo que el via crucis probablemente sería mucho más sangrante y doloroso.
Con este ejemplo ficticio, he querido evidenciar la importancia de la gestión emocional del proyecto. Es una gestión que va un paso más allá de la pura gestión de expectativas (más fáciles de identificar) de los stakeholders. Se trata de prever las emociones que nuestro proyecto despertará en todos los que, de una u otra manera, pueden influir en el proyecto y gestionarlas “a priori”. Muchas veces pueden resolverse con una conversación y algún que otro retoque a los requisitos para que amplíen su cobertura.
No entro en ningún tipo de valoración ética o moral de esta realidad. Es lo que hay, y vale la pena tenerlo en cuenta. Guste o no, muchas veces es la pieza clave en el éxito de los proyectos.
Hoy, hemos tratado de la gestión de las emociones de los externamente implicados. Está claro que también existe una impacto y gestión emocional de los equipos directamente ligados al desarrollo del proyecto; pero de eso hablaremos otro día.
Mensaje: Por bien que apliquemos la metodología en un proyecto, la fuerza de las emociones generadas tendrá impacto en su resultado.