Con zapatillas

Se piensa, y desde tiempos ancestrales así se cree, que un buen ambiente de trabajo es aquel en que un grupo de trabajadores, operarios o técnicos mantienen entre ellos una relación de “alegría social”, es decir, cada uno cumple con su cometido sin quejas, las controversias y disputas entre iguales son mínimas y los jefes dan directrices que se ven con buenos ojos. En definitiva, la cordialidad y la camaradería imperan en las decisiones, en la actividad y el trato personal. Esto está bien. Pero esta visión del ejercicio laboral comienza a resquebrajarse cuando los aspectos económicos-financieros de la empresa se vuelven negativos, acrecientan lastres, deja ver las carencias de involucración del colectivo en los resultados.
Es en ese momento cuando el llamado buen ambiente laboral empieza a agujerearse por todas partes: las órdenes de los superiores ya no se debaten (sólo se obedecen), el intercambio de opiniones se vuelve inoperativo (antes en realidad eran superficiales) y se crean constantes desconfianzas entre compañeros (por ver quién es mejor porque puede haber consecuencias derivadas de ello). En fin, que el denominado buen ambiente de trabajo deja de ser un “llevarse bien” y un “trabajar con alegría”.
Los últimos tiempos económicos—sobre todo, hablando en términos de crisis y depresiones—están obligando a asumir cambios trascendentales para reencontrar el perdido equilibrio entre ingresos y gastos. Uno de los grandes debates, que lleva cierto tiempo planteándose, pero que no consigue modelar la forma adecuada para que se adapte perfectamente a nuestros arquetipos de planteamientos de la vida laboral y profesional es el teletrabajo.
La mayoría entiende que el teletrabajo es que un profesional no disponga de oficina propia donde instalarse o que una buena parte de los trabajadores de una empresa trabajen desde sus casas. Así sin más, no es un planteamiento correcto. El teletrabajo ha de entenderse como un sistema, más que como un puesto de trabajo. Ha de entenderse como una forma hábil y eficaz de reducir el coste de determinadas funciones, no de la persona. Ha de entenderse como una estrategia a definir dentro de los esquemas esenciales de la empresa en función de sus objetivos, de su situación y de su cultura.
En este sentido, la estrategia del teletrabajo o realización de actividades a distancia debe asentarse en que: son funciones vinculadas a la información y el conocimiento; las nuevas tecnologías permiten casi en tiempo real mantener el contacto entre los intervinientes en una actividad (jefes, compañeros y subordinados); se persigue el ahorro de costes eficaz, es decir, aquel que conlleva aumento del rendimiento y la productividad; y, finalmente, debe basarse en un perfecto equilibrio real entre la actividad presencial (en la sede de la compañía) y la remota (en otro lugar diferente).
¿Dónde ahorramos?: en desplazamientos (traducido en costes por tiempo improductivo, sobre todo, en grandes ciudades, y por desmotivación personal), en espacio (despachos, locales, salas, edificios y servicios se reducen a lo imprescindible) y en absentismo (el teletrabajo bien llevado permite una conciliación de más calidad entre las necesidades personales o familiares y las necesidades profesionales).
Bien es cierto, que no todo es ventaja. Hay ciertos posibles inconvenientes que deben ser tenidos en cuenta a la hora de un planteamiento correcto y eficaz. La opción del teletrabajo requiere ciertas dosis de autodisciplina, de motivación y predisposición a manejar de forma personal los tiempos y las tareas, de saber separar con claridad la vida personal y la laboral, sobre todo, si se ejerce el trabajo remoto en el propio hogar. Y un evidente impedimento añadido se deriva de la cultura del “te controlo sólo si te veo”.
Como todo en la vida, es preciso armonizar objetivos y adaptarse perfectamente a los diferentes condicionantes para obtener las mejores perspectivas. Porque con estos nuevos modelos que nos abren sus puertas redefiniremos el buen ambiente de trabajo como aquel que genera optimismo, incrementa los rendimientos tanto personales como colectivos y fomenta la ilusión por el esfuerzo y por los resultados, independientemente del lugar físico donde cada uno ejerza su tarea en un momento determinado. La tecnología actual nos lo facilita además.
Está llegando la era de trabajar, por fin, en zapatillas.
Ángel Luis Herrero
Socio Consultor en InnoSIB

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