Repartir Collejas

La semana pasada ha empezado la segunda temporada de “Walking Dead”; la serie de los zombis, como dice mi mujer, y la verdad es que a mí cada vez me gusta más la dichosa serie. No sólo por el tema y la intriga casi a cada minuto que la serie tiene, sino que además me hace reflexionar constantemente; ya que muchas veces cuando llego al trabajo tengo la sensación de que mi sonrisa disminuye en cuanto empiezo a caminar entre verdaderos zombis que a mi lado se dirigen a trabajar, serios como seres de ultratumba.

Pero ojo, que no me estoy metiendo con la gente seria, sino con aquellos que además de serios llevan la mirada perdida y por lo tanto su cerebro ya no está de color blanco sino negro absoluto. Se dirigen a trabajar para cumplir con su responsabilidad y objetivo, pero decidme: ¿cuál es esa responsabilidad y objetivo? ¿Hacer el trabajo que le manden? ¿Hacer el trabajo bien? ¿Rápido? ¿Que gaste poco? ¿Que venda mucho? Dependiendo de la persona con que hablemos, nos dirá una u otra cosa, aunque yo tengo la sensación de que en vez de centrarnos cada uno en tener ese objetivo, estamos pasando mucho tiempo identificando como los otros no lo hacen correctamente.

A menudo se habla de las horas que los trabajadores perdemos en la empresa, las cuales cuestan mucho dinero. Es cierto si radiografiáramos una jornada laboral de 8 horas en cualquiera de nuestras oficinas, veríamos que el trabajo útil –por término medio- no suele ser más de cuatro o cinco horas. Sí, -como lo oís-; y el resto, no sólo se pierde en conversaciones privadas, llamadas no necesarias, gestiones personales, cafés o cigarros; sino que también lo perdemos en reuniones mal colocadas, o ni siquiera planificadas, en atender a los ladrones de tiempo que tenemos en todas las oficinas, en tratar de solucionar una cosa que habíamos pensado que habíamos terminado y no lo habíamos hecho, en dejar para luego lo que no nos gusta y que al final tenemos que terminar, en cosas que hemos convertido en urgentes cuando ni siquiera eran importantes… Pero ojo, eso no sólo sucede a los trabajadores: los directivos tenemos el mismo problema con nuestras complicadísimas agendas, nuestras reuniones que duran más del doble de lo que habíamos previsto.

No es extraño que muchas personas prolonguemos nuestra jornada laboral hasta altas horas de la noche; pero eso no significa que trabajemos más, sino que trabajamos mal.

Desde hace mucho tiempo está demostrado que las horas extras –realizadas de manera continua-, no compensan las carencias en el funcionamiento de una empresa. Si una persona que tiene que trabajar en 8 horas se acostumbra a hacerlo en 123, instintivamente ralentizará el ritmo de trabajo, porque se ha hecho la idea de que “tiempo” para realizarlo. Es decir; la tarea que tenía que hacer será la misma, pero se extenderá hasta ocupar el tiempo disponible.

Es curioso, pero me viene a la mente un consejo que me dio una vez un maestro sobre la manera de vivir de los monjes. Éste decía que cuando los monjes meditan, sólo meditan; cuando comen, sólo comen; cuando trabajan; sólo trabajan. De manera que, con tan sólo ocho horas, disponen de tiempo más que suficiente para realizar con eficacia sus tareas. Al final, si nos damos cuenta una empresa y sus trabajadores no viven de las horas de trabajo consumidas, sino del trabajo realizado. Asumir esto sería un primer paso para centrase en el momento presente, y disparar la eficacia.

Y si volvemos a “Walking dead”, ¿cómo consiguen los protagonistas sobrevivir ante tanto zombi capítulo a capítulo? Pues se lían a tiros o les cortan las cabezas, pero tranquilos amigos que no va por ahí mi propuesta, ni mucho. Pero a lo mejor sí necesitamos algo que me gustaría llamar “colleja mental”. Es decir; necesitamos reaccionar. No podemos seguir recreándonos en nuestras historias tristes, no podemos seguir juntándonos en corrillos de pasillo contando nuestras penas y miserias… Deberíamos alcanzar el compromiso que, cada vez que oigamos alguna historia triste en  nuestras empresas, dar una colleja al que la cuenta y, evidentemente, aceptar caballerosamente que, cuando nosotros entremos en esa tristeza, también nos despejen la mente de la misma forma.

Me viene a la mente de manera muy cariñosa, el hermano Cañizares, un profesor que tuve en tercero de EGB. Tenía una regla que usaba cada vez que nos perdíamos mentalmente en clase. Os la dejo a continuación; a mí me vino muy bien, y no me causó ningún trauma.

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