Yo creo que, a veces, el verdadero negocio no está solamente en mejorar algo que ya existe; sino en crear algo que no existe en el mercado. Pero, ¿cómo llamamos a esta acción? ¿Creación, innovación -o incluso- invención?
Decimos que creamos cuando, partiendo desde cero, somos capaces de encontrar nuevas relaciones entre diferentes elementos. Sí somos capaces de concretar esas conexiones en algo tangible, es cuando lo hemos inventado.
Pero amigos, pensar en una cosa: si juntamos estas dos definiciones, y decimos algo como que, partiendo desde cero, tenemos la capacidad de estructurar una idea y traducirla en un producto o servicio que tenga un impacto positivo en el mercado, realmente estamos hablando de innovación.
Cuando creamos algo novedoso y original, y somos capaces de que un cliente pueda pagar por ello, hemos innovado.
La innovación so sólo es diseño; la forma de fabricarlo, la manera de comercializarlo o venderlo, o incluso cambiando la forma de entregarlo. ¿Alguien sabría responderme que relación puede haber entre una bolsa de patatas fritas y un IPod? Pues hace tres años en EEUU, comprando una caja de patatas “Pringles” podías bajarte música gratis de Internet. Con esta idea, “Pringles” creció más del 60% en los siguientes años.
Sin embargo, pongo encima de la mesa una cuarta palabra que puede ser el punto clave de todo: la inspiración. La famosa inspiración; aquella que antiguamente se conseguía gracias las “musas”, y que hoy parece estar en paro también. Por ahí dicen que el 1% de un genio es la inspiración, y el 99% la transpiración.
Parece ser que la inspiración llega, pero nosotros estamos muy ocupados rellenando Excel o pensando cómo volver a convencer a nuestro cliente de lo magnifico que es nuestro portfolio, que apesta a naftalina, pero que ya hemos incluido en nosotros mismos como si se tratara de una familiar o amigo querido.
El problema no es cuándo ni dónde llega la inspiración; ya que esto puede suceder en cualquier momento y, desde luego, en cualquier lado. El tema está en que nos pille con la menta abierta; buscar nuevas posibilidades y encontrar nuevas conexiones.
Un ejemplo, terrorífico para mí como padre de un niño 7 años, es la historia de un americano llamado Stephen Hillenburg. Estaba una noche tirado en el sillón de su casa, y su mujer -de malos modos- le mandó a la cocina a fregar los platos, mientras ella veía un programa que la gustaba, y del cual su marido se estaba burlando. El bueno de Stephen llegó a la cocina y se encontró con una pila de platos y bandejas sucias, y encima de ellas un trozo cuadrado de esponja. Mientras fregaba, encontró la conexión necesaria que a la larga sería uno de los negocios más rentables de los últimos años en animación: creó a Bob Esponja. Creó sus personajes, ya archiconocidos, como Patricio, el señor cangrejo, Calamardo, etc… Y realizó unos 144 capítulos que emite por diferentes televisiones, año tras año.
Esta idea, que a la mayoría de nosotros nos hubiera parecido absurda, le ha reportado más de 135 millones de dólares en los últimos años; sin contar el merchandising, los juegos y objetos que adornan la mayoría de nuestras casas. (Nosotros tenemos un mantel de Bob esponja en casa).
El caso de Rodrigo Contreras, estudiante mejicano, tampoco está mal. Este joven estaba viendo la televisión, mientras pensaba cómo terminar de manera inmediata su proyecto final de carrera, ya que estaba retrasado de tiempo, y empezaba a sentir un poco de desesperación en su vida.
En aquel momento, ponían en la tele un capitulo de “los Simpson”, y fue cuando el bueno de Contreras vio al gran Hommer Simpson consumir varias botellas de Duff, su cerveza preferida. Y justo en ese momento, llego la inspiración a Rodrigo. Entró en Internet y comprobó si existía esa cerveza, y si el nombre estaba registrado. Vio que estaba libre, la patentó, y un mes después vendió 4800 botellas en la ciudad de Guadalajara, México. A finales del 2007 había comercializado 730.000 cajas en España, Alemania y Bélgica.
Como veis, no es necesario ser Steve Jobs para innovar sino, simplemente, necesitamos pensar fuera de nuestra caja de confort en la que nos atrincheramos y miramos al mundo. Y cómo podemos salir, o hacer algo por salir de esa caja para recibir aire fresco en nuestro cerebro, y ser capaces -al menos- de inspirarnos. Bueno, pues hay pequeños trucos que -al menos a mí- me han servido para ese “refresco cerebral”.
Por ejemplo; cambiar de rutinas diarias. No hacer todos lo días lo mismo, porque hay que hacerlo. Estudiar arte, en cualquiera de sus formas. A mi me fascina el cine; a prender a tocar instrumentos musicales… Yo, a pesar de llamarme Gaitero, toco la flauta. Hacer juegos de destreza mental, aprender algún idioma -pero raro-, es decir; chino, árabe algún idioma que no tenga la misma lógica que el castellano. Ver películas, o leer ciencia ficción, asistir a congresos o charlas de cosas que no tengan que ver con nuestro trabajo… Jugar y aprender de los niños, y en su defecto, observarles. Atreverse a ser diferente. Preguntar el porqué de las cosas; soñar despierto, -y lo más importante para mí: leer.
La lectura crea hábitos de reflexión, análisis, esfuerzo, concentración, recreación. Aumenta la capacidad de asombro y, al conectar palabras, nos ayuda a mejorar nuestra capacidad creativa.
La regla de hoy se la copio al mismísimo Sigmund Freud.
Regla nº30:” Si la inspiración no viene a mí, salgo a su encuentro a la mitad del camino”.