Estadísticas y cuentos: Volar

Una de las cosas que más me gusta del verano son los números especiales que publica la revista “Muy interesante”. Son resúmenes algunas veces, de los mejores artículos, o bien saca un especial de preguntas y respuestas curiosas, otras veces especiales sobre temas en concreto, en fin una singularidad respecto a su publicación cotidiana durante el resto del año.
Me ha parecido una buena idea de manera que en el Proceso Social vamos a tratar de “copiarles la idea”; para ello este verano lo vamos a titula “Estadísticas y cuentos”, y durante todo el verano pretendemos publicar semanalmente en la parte de estadísticas pues algunos decálogos, ideas concretas que nos proponen sobre innovación, como reinventarnos, o como sobrevivir en el antártico.
Y respecto a los cuentos, hemos seleccionado cuatro cuentos “de los de siempre” con la idea que nos proponen algunos autores: “los cuentos sirven para dormir a los niños y despertar a los adultos”.
Espero que os guste; estas publicaciones no son originales sino que las hemos seleccionado del amplio “ofertón” que Internet nos ofrece hoy en día. Disfrutad de ellos y nos vemos a la vuelta del verano.
 
El cuento de hoy trata sobre la historia de un padre empeñado en que su hijo empezará a volar y la resistencia de este a hacerlo por mierdo
 
Cuando se hizo mayor, su padre le dijo: “hijo mío: no todos nacemos con alas. Si bien es cierto que no tienes obligación de volar, creo que sería una pena que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen Dios te ha dado”.
–          Pero yo no sé volar – contesto el hijo.
–          Es verdad…- dijo el padre. Y, caminando, lo llevó hasta el borde del abismo de la montaña.
–          ¿ves, hijo? Este es el vacío. Cuando quieras volar vas a venir aquí, vas a tomar aire, vas a saltar al abismo y, extendiendo las alas, volarás.
El hijo dudo.
–          ¿y si me caigo?
–          Aunque te caigas no morirás. Solo te harás algunos rasguños que te harán más fuerte para el siguiente intento – contesto el padre.
El hijo volvió al pueblo a ver a sus amigos, a sus compañeros, aquellos con los que había caminado toda su vida.
Los más estrechos de mente le dijeron: “¿estás loco? ¿Para qué? Tui padre esta medio loco… ¿para que necesitas volar? ¿Por qué no te dejas de tonterías? ¿Quién necesita volar?”
Los mejores amigos le aconsejaron “¿y si fuera cierto? ¿No será peligroso? ¿Por qué no empiezas despacio? Prueba a tirarte desde una escalera o desde la copa de un árbol. Pero… ¿desde la cima?”
El joven escucho el consejo de quienes le querían. Subió a la copa de un árbol y, llenándose de coraje, saltó. Desplego las alas, las agito en el aire con todas sus fuerzas pero, desgraciadamente, se precipito a la tierra.
Con un gran golpe en la frente se cruzó con su padre.
–          ¡me mentiste! No puedo volar. Lo he probado y ¡mira el golpe que me he dado! No soy como tú. Mis alas son de adorno.
–          Hijo mío, dijo el padre. Para volar, hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen.  Es como tirarse en paracaídas: necesitas cierta altura antes de saltar. Para volar hay que empezar asumiendo riesgos. Si no quieres, lo mejor quizás sea resignarse y seguir caminando para siempre.
 
 

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