Episodio III: Visión y Balance Diario

Una frase que recuerdo con mucho cariño de mi juventud me la decía usualmente mi amigo Raul Marchant y era: “Domingo, el billete de mil te impide ver el de cinco mil”. Evidentemente, como nos pasa a todos, cuando somos jóvenes no entendemos qué nos quieren decir y, generalmente, encima nos enfadamos.

Pero con la mirada que la madurez de los años cumplidos te da, resulta que es la mejor definición de visión que nunca me han ofrecido; y es que todo lo queremos para ya mismo, no tenemos paciencia, y queremos resultados inmediatos.

Posiblemente la sociedad de consumo, o la televisión o no sé qué o quién haya metido eso dentro de nuestras cabezas pero, desde luego, es un error claro. La vida no se puede planificar para obtener éxitos inmediatos y sin problemas. Esto es una carrera de fondo donde día a día hay que trabajar y trabajar pero, no para ver el resultado de mañana, sino el de dentro de quince días.

Muchos proyectos -y yo diría que departamentos o empresas- se van al fracaso precisamente por esa búsqueda instantánea de resultados; a veces porque pensamos que ahora o en el futuro nos debe ir como nos fue en el pasado, y otras veces por la ceguera de nuestros dirigentes que -lejos de buscar algún producto sostenible- quieren un enriquecimiento rápido a consta de lo que sea.

Tengo muy claro que, tanto en la vida personal como en la profesional, si queremos tener algo duradero que merezca la pena, y de lo que podamos disfrutar a lo largo del tiempo, la visión será nuestro mejor aliado. Y junto con esa visión, el control diario y real de cómo vamos avanzando hacia esa visión, será lo que realmente nos permita conseguirlo.

No tenemos más que mirara a nuestro alrededor para darnos cuenta de los resultados que da el no controlar qué se está haciendo, cómo se está haciendo, y quién lo está haciendo. Esto no tiene que ver con la auditoria o la desconfianza, sino con la comprobación de que estamos en el camino correcto.

Me llama mucho la atención que, mientras en otros sectores es una práctica habitual, en el sector de las tecnologías de la información damos por hecho que esto no es necesario hacerlo e interpretamos el control como algo malo, y como señal de desconfianza hacia nosotros. Claro; otros sectores avanzan y triunfan en la sociedad, y el de las TI cada día está más acabado.

 Ser mayores de edad, responsables, y buenos profesionales, no es contrario a que se deba controlar nuestro trabajo; ese seguimiento nos permite ser mejores, y tener más clara nuestra visión -precisamente.

Bueno, comenzamos con muy buen pie nuestro camino: Gandía, Cullera, Sagunto, la misma Valencia fueron nuestros primeros hitos a conseguir fácilmente. Llegábamos a la ciudad, buscábamos la oficina de información y Turismo, y sellábamos nuestros salvoconductos. Mi hijo empezó a pensar que esto más que un viaje era como un trabajo de cartero; donde llegabas, te bajabas del coche, sellabas y venga para el siguiente destino. Para la etapa castellonense, empezamos a diseñar un plan. Pensamos en buscar los sitios más alejados de la carretera. También decidimos que por cada lugar íbamos a hacer por lo menos diez fotografías que tuvieran que ver con el Cid campeador, y mi hijo por la noche iba a hacer una redacción explicando cada día que habíamos obtenido éxito y donde no.

La cosa cambió nada más llegar a Castellón. Nuestro destino era Nules; población veraniega. Sin embargo, a tres kilómetros, nos enteramos -hablando con gente de allí- que había una ciudad totalmente amurallada, donde el Cid había dormido con sus tropas, y que contemplaba mucha información acerca de sus hazañas. Pero el sitio no figuraba en los mapas.

Este detalle se acercaba a nuestra visión: buscar sitios diferentes y en el primer lugar lo habíamos casi conseguido. La ciudad se llama Mascarell, y es asombrosa. A todos nos fascinó, ya que lo más parecido que habíamos visto era Ávila, con la diferencia que esta población no tendría ni mil habitantes. Fotografiamos el sitio, y comimos cerca de allí. Esto nos reforzó la ilusión de nuevo por el viaje, La provincia de Castellón guardaba grandes lugares, y nuestras expectativas crecieron de manera sorprendente. Teníamos por delante 9 poblaciones, y había que llegara dormir a Teruel.

Recuerdo por la noche en el hotel a mi hijo escribiendo -casi de madrugada- todo lo visto, y haciendo una especie de “checklist” para comprobar si –efectivamente- habíamos estado en los sitios previstos, y asociándolo a las fotos, que fueron más de diez que teníamos en la cámara.

Al día siguiente nos esperaba la sierra de Albarracín; uno de los sitios que más nos apetecía conocer

Por fin aterrizamos en Barcelona, con los nervios que te provoca siempre el primer día de proyecto. Al final, yo iba como director y viajaba con la gerente que iba a trabajar allí durante los seis próximos meses. Era la primera vez que iba a Barcelona en tren. Inaugurábamos el AVE y lo cierto es que el viaje, al que le seguirían unos cien más por lo menos, fue muy cómodo. Yo realmente fui casi todo el tiempo dormido: reconozco que soy muy mal compañero de viaje.

Al llegar a las oficinas del cliente, nos encontramos con unas personas extraordinarias, -y que creo estaban más nerviosas que nosotros. A mi siempre me ha encantado trabajar con catalanes, por lo serios y profesionales que son en su trabajo. Sus peticiones y sus exigencias eran distintas a lo que el proyecto requería, -y a lo que nosotros nos habíamos marcado.

En España cuando hay una certificación de por medio, la gente se pone nerviosa. Tenemos una herencia cultural tan arraigada a la obtención de títulos y notas altas, que hace prácticamente imposible el desarrollarte dentro de un ámbito de mejora colectiva.

Esta empresa era líder en su sector, y hacían las cosas muy bien. Nosotros queríamos cumplir con esa frase que dice: “además de ser bueno hay que parecerlo”. En muchas empresas de TI se hacen grandes cosas con grandes profesionales pero, desde fuera, parece un grupo de “chapuceros” en busca de su primer trabajo.

De manera que empezamos a definir nuestra visión: cómo lavar la imagen, y hacerles ver que eran buenos profesionales, para -con ayuda de la mejora- poder obtener certificaciones en los niveles más exigentes.

El tema arrancó bien, ya que la gerente escogida era la persona ideal dado su actitud con los trabajadores de la empresa cliente. Rápidamente se encargo de hacerles ver que no venía a controlar cómo hacían las cosas, sino a ayudarles a hacerlas mejor, estando a su lado y trabajando.

Que curioso resulta ver que, bajo el nombre de consultores, hay un montón de gente por ahí que interpreta este rol como un “iluminado” que te enseña a hacer las cosas.

Dostoievski decía que los jóvenes no necesitan discursos, sino ejemplos. Yo creo que -no sólo los jóvenes- sino en todo el mundo. Ya se ha terminado el tiempo en que se iba a una empresa con una prepotencia que rozaba la chulería, a insultar casi al cliente, y decirle lo malo que era. Hoy vivimos en una sociedad colaborativa cien por cien, donde las palabras dejan sitio a los hechos y donde hay que “arrimar el hombro”, y demostrar cómo se hace bien, o incluso mejor.

Ese enfoque nos hizo ganarnos el respeto del cliente, y nos permitió empezar con buen pie. Pero amigos, como dice mi suegra: “lo importante no es empezar, sino cómo se termina”

 

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