Esta semana de nuevo, Francesc Baldirá vuelve a escribir su Post donde nos invita a pensar sobre nuestra tolerancia.
Hoy quisiera referirme a aquellos entornos laborales en los que, ante cualquier fallo o error, se practica la famosa “búsqueda implacable de culpables”. No deja de ser interesante observar algunos de sus principales rasgos y el tipo de profesionales que acaban coleccionando.
Seguro que todos sabéis a que entornos me refiero. Se caracterizan por buscar de forma enfermiza la causa de los fallos, principalmente, para identificar al culpable, anotar su nombre en la lista negra y, si procede, castigarle conveniente y públicamente, haciendo de ello un ejemplo para el resto de la organización.
Estos entornos, digamos intolerantes, se caracterizan principalmente por una vaga definición de los objetivos y metas. Generalmente se juega al despiste. Esto es así porque para sobrevivir en ellos no se deben cometer fallos y qué mejor que un objetivo difuso para ir adaptándolo o interpretándolo según convenga.
En consecuencia, el tipo de personas que promocionan bajo este estilo suelen ser directivos y mandos que definen muy poco o casi nada y, cuando lo hacen, es siempre con la suficiente ambigüedad como para escurrir el bulto cuando la ocasión lo requiera. Son los famosamente conocidos como “supervivientes”, aunque yo prefiero llamarlos “chupópteros” pues viven a costa de la organización sin aportar nada.
Otra característica que identifica estos ambientes es la cultura del “passing shot”. Es espectacular observar cómo cuesta que alguien asuma la responsabilidad de una tarea o, peor aún, ¡de tomar una decisión!. Los temas se eternizan esperando que le caiga el mochuelo a algún incauto.
Por lo tanto, otra cualidad de los perfiles que triunfan allí es la de escabullirse. Estos personajes suelen ser seres escurridizos o “anguilas” que siempre buscan a “otro”, generalmente por debajo de ellos, que tome compromisos. Así ya tienen a quién echar el muerto en caso de error para salir incólumes del marrón.
Estas personas que no dan un palo al agua y que, por su falta de decisión, dificultan que los proyectos y mejoras avancen están muy bien vistas en las organizaciones donde el estilo es intolerante al fallo. Ya se sabe, “quien trabaja, se equivoca” y desde luego ellos lo llevan a su máxima expresión, en sentido inverso, claro.
En estos ambientes, es triste ver como los buenos profesionales, aquéllos que asumen responsabilidades y por tanto riesgos, cansados de recibir palos tienen sólo tres opciones: cambiar de empresa, dejar que los arrinconen o evolucionar también a anguilas y chupópteros. Penoso destino.
Tened cuidado con estos entornos intolerantes a fallos porque son altamente tóxicos, queman a las personas y pudren el ambiente. Vigilad porque muchas veces se camuflan bajo un falso halo de excelencia basado en la ilusoria pretensión de no cometer errores. Son más comunes de encontrar en empresas con poca o nula competencia, en las que no es necesaria una gran productividad.
Amigos, el error es consustancial al ser humano y la capacidad de rectificar es lo que precisamente nos permite crecer. Es bueno conocer la causa de los errores, claro que sí, pero que sea para aprender cómo evitarlos en el futuro.
Buscad entornos donde se os de la mano cuando tropecéis, donde veáis que se toman ¡y se explican! las decisiones, donde el fracaso sea una oportunidad para hacer mejor las cosas. En definitiva donde además de profesionales os podáis sentir seres humanos rodeados de seres humanos.
Mensaje: La intolerancia al fallo genera organizaciones poco competitivas.