Recuerdo perfectamente que, en el colegio, cuando había follones en clase, rápidamente se identificaba al que montaba el lío (que algunas veces era yo mismo) y el profesor le castigaba a la vez que premiaba al delator. A ese personaje nosotros le conocíamos como “chivato” y era un ser que generalmente todos despreciábamos.
El “chivato” y el “empollón” que aprobaba todo solía coincidir en un porcentaje bastante alto de veces, y para rematar la faena, solían ser que los suspendían gimnasia y, además, no sabían jugar al fútbol.
Como eran tan “empollones” y sacaban tan buenas notas, eran educados para llegar lejos en esta vida; no posiblemente como el resto, que suspendíamos, o incluso repetían curso (me refiero a “ellos” porque yo a pesar de suspender un montón de veces nunca repetí). Por lo tanto, iban a la Universidad y allí, curiosamente, seguían siendo empollones, pero eran menos chivatos. Podíamos decir que empezaban una trasformación hacia lo que se podía conocer como “interesados”, o incluso “pelotas”.
Todo ello para que en un 70% fueran perfectos “trepas” destinados a realizar “alpinismo empresarial” de altura. Afortunadamente quedaba un 30% de personas -que incluso podrían ser más-, a los que la formación, estudiar y no hacer deporte les ha hecho extraordinarias personas y mejores profesionales. Yo tengo la suerte de tener algún amigo de estas características.
Pero volvamos al hilo conductor de la historia, situándola en una época como la que vivimos ahora en que parece que la alegría, el pensamiento alternativo o incluso la innovación está destinada a unos pocos, y donde la responsabilidad mal entendida, el culto al número y el miedo a tener ideas propias imperan (aunque no por mucho tiempo). En estos tiempos oscuros, en los que por desgracia estamos dirigidos por este tipo de personajes, empieza a llegar el momento en que hay que tomar decisiones drásticas. Llega el momento en que incluso los tradicionales “lameculos” que todo Jefe trepa necesita a su lado, empiezan a tomar distancia. Estos dirigentes -asistidos por su miedo y cobardía- toman decisiones “impopulares”.
Pero ¿Qué son las decisiones impopulares? ¿Bajar el sueldo a los empleados? ¿Quitarles derechos adquiridos a lo largo de su trayectoria profesional? ¿Condenar el talento y premiar al pelota? No, es mucho peor: “tratar por igual a todos” o como he titulado este post: “Meterlos en el mismo saco”.
Resulta curioso porque esta actitud no sólo se produce en la empresa, sino también en la sociedad. Un ladrón o un delincuente tiene más ayudas que una persona honrada; sino mirad cualquier periódico. Si tú debes un recibo de 20 euros de la luz y no lo pagas, algún miserable de tu oficina bancaria te llama y te amenaza; e incluso te embarga la cuenta, mientras que ese mismo miserable se inclina a saludar a un “cliente chorizo” que debe 100 millones.
Pues en la empresa igual. Esos dirigentes que -de pequeñitos- ya eran unos chivatos asquerosos, que identificaban inmediatamente al compañero que hacia alguna travesura y se lo decían corriendo al profesor mientras señalaban con el dedo a su compañero, ahora hacen lo contrario. Si saben que un directivo de su empresa es malo, no consigue los resultados, y además se gasta dinero en comidas, vinos o viaja a todo tren, -en vez de señalarle, acusarle y enseñarle el camino de la salida-, saca absurdas normas para controlar el gasto de todos y así ahorrar.
Es decir; oculta al chorizo y vigila más de cerca al resto de profesionales que hacen su trabajo. Es más; como saben que éstos son honrados, les exige más porque sabe que -al ser honestos- lo van a hacer. De tal forma que lo único que consigue es proteger a unos ineptos que encima pase lo que pase a ellos no les va a afectar nunca, porque están protegidos por el halo de la mediocridad y el juego sucio.
Pero evidentemente el problema -amigos míos- no está en identificar a estos pobres “lameculillos” que no saben distinguir un bolígrafo azul de otro negro, no. Hay que ir al origen del problema; al que desde arriba le interesa que abajo todo el mundo este peleado para así ocultar su negligencia.
Y es que el que no ve que no ve, no cree en nada, y el que no sabe, trata a los demás como necios. Además, nosotros lo tenemos peor, porque España es el único país del mundo donde se trata por lo que eres, no lo por lo que quieres ser.
A lo mejor aquí es donde debemos empezar a trabajar las personas honestas que tenemos ganas de hacer cosas. Dejando de pensar en si es justo injusto, en cómo deberían ser las cosas y no cómo otros quieren que sean. El trabajo es duro y difícil, limpiar la porquería de las empresas y la sociedad es tarea casi imposible pero, si inicialmente les identificamos, ya damos un paso importante.
Y también seria bueno que nosotros mismos nos identificáramos también diciendo en voz alta “en que saco queremos estar”. Ya solo dependería de nosotros entrar en dicho saco o crearnos nuestro propio saco donde hacer las cosas que transformen las ideas y la sociedad.
No quiero terminar en negativo. No es el estilo de este blog. Antes, cuando he hablado e porcentajes, lo he hecho al revés a propósito, buscando provocar vuestro malestar.
Ni en el colegio, ni en la universidad, ni en la empresa, ni tan siquiera en la sociedad estos miserables son o han sido mayoría; posiblemente no llegaran ni a un 5%. Pero su imagen se proyectó con muchos aumentos, y de eso somos culpables nosotros, porque al temerlos, -o al no identificarlos- les agrandamos; pero sólo en imagen, no en número. La gente positiva y con ganas de hacer cosas -siempre hemos sido y somos- mayoría absoluta.
No lo olvidéis.
Regla nº62: “Muy simple: trata a los demás como quieras que ellos te trataran a ti”.
Siento no estar de acuerdo contigo en identificar a los lameculos en el mundo de la empresa con los pelotas del colegio. Como símil es válido, pero la gente cambia, cambia mucho, para bien y para mal, y probablemente el porcentaje de gente deleznable que en su día fueron unos pelotas sea el mismo que de gente deleznable que en colegio «sabían jugar al fútbol». Yo, personalmente, distingo entre las personas que por norma se mimetizan con las estructuras de poder( tanto en el colegio como en la empresa y la sociedad) y los que se mantienen críticos con ellas.
Siento no estar de acuerdo contigo en identificar a los lameculos en el mundo de la empresa con los pelotas del colegio. Como símil es válido, pero la gente cambia, cambia mucho, para bien y para mal, y probablemente el porcentaje de gente deleznable que en su día fueron unos pelotas sea el mismo que de gente deleznable que en colegio «sabían jugar al fútbol». Yo, personalmente, distingo entre las personas que por norma se mimetizan con las estructuras de poder( tanto en el colegio como en la empresa y la sociedad) y los que se mantienen críticos con ellas.
Siento no estar de acuerdo contigo en identificar a los lameculos en el mundo de la empresa con los pelotas del colegio. Como símil es válido, pero la gente cambia, cambia mucho, para bien y para mal, y probablemente el porcentaje de gente deleznable que en su día fueron unos pelotas sea el mismo que de gente deleznable que en colegio «sabían jugar al fútbol». Yo, personalmente, distingo entre las personas que por norma se mimetizan con las estructuras de poder( tanto en el colegio como en la empresa y la sociedad) y los que se mantienen críticos con ellas.
Siento no estar de acuerdo contigo en identificar a los lameculos en el mundo de la empresa con los pelotas del colegio. Como símil es válido, pero la gente cambia, cambia mucho, para bien y para mal, y probablemente el porcentaje de gente deleznable que en su día fueron unos pelotas sea el mismo que de gente deleznable que en colegio «sabían jugar al fútbol». Yo, personalmente, distingo entre las personas que por norma se mimetizan con las estructuras de poder( tanto en el colegio como en la empresa y la sociedad) y los que se mantienen críticos con ellas.