Es claro que las redes sociales representan un gran avance en orden a mantener, recuperar y ampliar nuestra agenda; casi siempre para bien. La mayoría de nosotros estamos suscritos a una o más redes sociales por motivos de diversa índole; aunque, sobre todo, lo mejor es que nos permite estar actualizados, y recuperar, mantener y ampliar nuestras relaciones. Internet ha modificado significativamente el modelo de sociograma tradicional.
Se ha hablado mucho sobre el número de contactos que alguien puede mantener en la red. Robin Dunbar, el antropólogo británico, sostiene que, en orden a nuestra propia naturaleza, no podemos mantener y/o atender a más de ciento cincuenta “amigos” en nuestro grupo: supongo que no le faltarán razones para mantener esta tesis, aparte de las relacionadas con el neocórtex. Lo que me convence de la teoría es que, al parecer, mantener un grupo de 150 individuos cohesionado, supone invertir en torno al 42% del tiempo en socialización. No me parece descabellado.
El problema viene cuando el número de contactos, rebasa nuestra capacidad de personalizar la atención que podemos dedicar a cada miembro de nuestro grupo. Supongo que, en estos casos, el individuo deberá minimizar las respuestas, y dedicarse, -casi exclusivamente-, a emitir mensajes para mantener cierta cohesión e interés entre sus “seguidores”. Por otra parte, sin personalizar ni tener acceso a una comunicación bidireccional, ¿tiene sentido mantener un contacto directo en las redes sociales, al margen de mantenerse informado sobre la actividad de alguien?
Cuando observas el número de contactos de determinadas personas, siempre surge la misma cuestión: ¿sirve de algo tener más de 500 contactos, cuando no tengo tiempo para atender a menos de la mitad? Aparte de un tema de prestigio personal, o en orden a vender un determinado producto o servicio, sinceramente, no le encuentro demasiado sentido.
Puede que coleccionar contactos se haya convertido en una actividad “per sé”. Los que todavía creemos que las relaciones humanas tienen importancia estamos en la línea trazada por Dunbar. No sé si para bien o para mal; pero intentaremos seguir personalizando nuestras respuestas. Es lo mínimo que se nos puede pedir.
Como muy bien dice mi compadre, el abogado y escritor Rafael Marín: “Ante una pregunta hecha cortésmente, siempre hay que mantener la cortesía, al menos, de responder; aunque esa respuesta no sea siempre favorable a los intereses o expectativas del destinatario”.