Aunque parezca mentira, la mayoría de las personas apreciamos las cosas que tenemos -o incluso a las personas que queremos- o que nos hacen la vida más feliz, justamente cuando las dejamos de tener.
Hace unos días cuando estaba dando vueltas al post pregunté a unas compañeras que cuándo fue la primera vez que realmente echaron de menos a alguien, y ambas coincidieron el respuesta: las dos echaron de menos a sus madres cuando se fueron de casa, o cuando cambiaron de ciudad.
En el trabajo diario, solemos quejarnos de aquellas cosas que nos faltan, o incluso de lo que no nos gusta cómo sale. Sin embargo, hay una serie de coas y personas magnificas a nuestro lado que, como las tenemos, pues a veces no las valoramos. No sólo me refiero a personas, sino a cosas como no tener que fichar, poder tomarte uno o dos cafés al día sin tener que pedir permiso a nadie, poder relajarte a la hora de la comida un rato mas sin tener que dar explicaciones… un sinfín de pequeños detalles que mucha gente piensa que son derechos y no los son.
Cuando los valoramos pues, muy sencillo. Cuando cambiamos de proyecto y nos tocan otros responsables, con otras ideas, a veces mejores pero muchas veces peores, entonces es cuando echamos de menos lo que teníamos antes y que –curiosamente- estábamos criticando siempre.
Más triste es el tema de las personas. Solemos dar importancia a nuestros responsables, si son majos, si hablan con nosotros, si nos escuchan, al fin y al cabo nuestros ascensos o nuestras subidas dependen de ellos; pero también tenemos compañeros que solamente verlos por la mañana pueden condicionar el día.
¿Os habéis dado cuenta de eso? Hay personas que, sin quererlo, nos horripila tener de compañeros; por el motivo que sea, y tememos el momento en que se acercan a nosotros a preguntarnos algo, incluso si queremos tomar un café. Es cierto; yo conozco compañeros que se han pasado una estación de metro para no coincidir en el andén con un compañero pesado.
Pero, de igual forma, hay personas que con solo verlas por la mañana su presencia nos calma, nos da buen rollo. Sobre todo, sin son personas que, o bien traen la sonrisa en la boca, -o lo que es mejor- son capaces de sacárnosla a nosotros a las 8 de la mañana un lunes.
Es magnifico contar con esas personas ahí. Es alentador saber que cuando llegues a la oficina va a estar él o ella, y te va a decir algo que te va a hacer pensar o te va a divertir; una vez que recibes tu ración de “buen rollo” sigues trabajando y así hasta el día siguiente. Además, esas personas parecen súper héroes que se autoabastecen de energía y no necesitan de nadie. A veces incluso les envidiamos; ya que como siempre están sonriendo suponemos que no tienen problemas.
Exactamente lo mismo que hacemos de pequeños con nuestros padres. Ellos son magníficos, y solamente tienen la obligación de hacernos felices a nosotros, no tiene problemas y siempre nos van a solucionar la vida.
Claro que esto no es así y un día se van, o desaparecen, o incluso mueren. Y entonces, cuando ya no los tenemos, y alguien o algo gris les ha sustituido “les echamos de menos”, y queremos que regresen. Incluso seríamos capaces de hacer cualquier cosa para que eso sucediera. Lamentablemente, a veces eso es imposible, y somos tan pequeños que lo que hacemos es sentir melancolía e incluso compadecernos de nosotros mismos por la desgracia de haber perdido a alguien genial a nuestro lado, en vez de tratar de imitarle; porque eso pocas veces ocurre. Pocas veces, cuando hemos perdido a alguien que realmente admirábamos o apreciábamos, tratamos de imitarlo cuando no lo tenemos. Es muy difícil para nosotros; es que ella o el son insustituibles. En fin, nos buscamos un montón de excusas y nos dejamos atrapar por la masa gris que siempre anda merodeando cerca.
Sin embargo, estos “gasolineros” como los llama mi amigo Luis Galindo, -ya que los define como personas que nos cargan de combustible para vivir dentro de las organizaciones-, siguen con su misión en otro sitio, donde posiblemente deben de empezar de cero. Lo cual ni les asusta ni les importa; conociendo gente nueva que vive en su masa gris y que cambia totalmente su ser cuando ve que es capaz de reírse entre 8 y 6 de la tarde durante toda la semana. Donde ve que es posible disfrutar de su trabajo, y donde a veces ni siquiera se da cuenta de que hay un “gasolinero” cerca.
Pero realmente el afortunado de esta historia no es la persona atrapada por la materia gris, amigos, sino el “gasolinero”, porque lo que realmente alimenta a este tipo de personas son precisamente la sonrisas de sus compañeros; el saber que se les echa de menos, porque los gasolineros tiene muy buena memoria y nunca se olvidan de sus clientes, y sobre todo son muy afortunados porque son capaces de llegar a los corazones de la gente que tiene alrededor.
Por eso a veces los “gasolineros” también echan de menos a sus clientes, aunque saben que algún día alguno de ellos les irá a buscar y se tomará un café con él, o le contará como va su nuevo proyecto con una sonrisa en la cara; aunque en el fondo le eche de menos todos los días.
Regla nº33:” Cada vez que tengo que espantar una mosca con la mano, echo de menos el rabo”.
Las emociones son contagiosas y de igual forma tu blog nos alienta como tus «gasolineros» día a día, gracias a la transmisión de esa energía positiva somos capaces de mover el mundo. Enhorabuena y seguiré los post
Las emociones son contagiosas y de igual forma tu blog nos alienta como tus «gasolineros» día a día, gracias a la transmisión de esa energía positiva somos capaces de mover el mundo. Enhorabuena y seguiré los post
Las emociones son contagiosas y de igual forma tu blog nos alienta como tus «gasolineros» día a día, gracias a la transmisión de esa energía positiva somos capaces de mover el mundo. Enhorabuena y seguiré los post
Las emociones son contagiosas y de igual forma tu blog nos alienta como tus «gasolineros» día a día, gracias a la transmisión de esa energía positiva somos capaces de mover el mundo. Enhorabuena y seguiré los post