Episodio IV: Constancia y Proceso Social

Nunca me queda claro si es mejor empezar un proyecto mal, y que luego se enderece el tema, o empezarlo bien y tener que ir hacia arriba durante el resto. La gestión de expectativas es un problema grave en nuestra sociedad, ya que se nos ha educado para el éxito y, cualquier traspié, nos hace torcer el gesto y caer en profundas sensaciones que llamamos depresiones.

Cuando la selección de España ganó la Eurocopa de Austria, recuerdo una entrevista que le hicieron a Fernando Torres donde explicaba que el ser los mejores, el ser los campeones, nos hacía jugar en otro nivel y con otro talante.

Hacer las cosas bien en nuestro trabajo debe ser una obligación moral que debe pesar mucho más que esas presiones económicas que los “cuenta garbanzos” que ahora proliferan en las organizaciones nos hacen creer.

Para ello, la constancia es lo que más nos puede ayudar. Quizá hoy en día, en la sociedad que tenemos, donde carecemos de personajes ejemplares, -que en otras épocas políticos y gente ilustre ocupaba-, tenemos que recurrir al deporte donde hay ejemplos, -y encima españoles-, a raudales; donde podemos ver y comprender que la constancia del entrenamiento diario o semanal, la superación de las lesiones, el remontar las derrotas, la preparación desde el más absoluto agotamiento para el partido de la semana siguiente, son constantes que personas como nosotros hacen a diario.

Esas técnicas son absolutamente válidas para nuestros trabajos y no son fáciles de asimilar. El esfuerzo siempre es duro. Pero esto no es suficiente; además tenemos que desarrollar aspectos sociales que nos permitan convivir con nuestros aliados, con nuestros clientes, e incluso, con nuestros compañeros de equipo.

Comunicarnos, escuchar, saber dirigir, compartir, reírnos, consolar, exigir, resolver conflictos son actitudes que necesitamos usar constantemente, en cada acción, y que por el hecho de haber nacido humano -en vez de reptil-, no se nos da gratuitamente. Es decir; yo puedo tener 40 años, ser licenciado ganar un gran sueldo y no saber consolar a un compañero que ha perdido una oferta, a no saber animarle a superar ese problema y darle fuerza para que empiece con otro tema. Es más; a lo mejor no es que no sepamos, sino que encima ni sabemos que tenemos que hacerlo.

No tengo la más mínima duda de que sería necesario crear una escuela de “skills” humanos -como lo llaman a ahora-, donde se enseñé a trabajar estas actitudes. Muestra de ello es el creciente éxito que el coaching, mentoring, y todo tipo de actividades similares que están promoviéndose ahora mismo en la sociedad. De hecho, con aptitudes se puede o no conseguir el éxito pero, -sin actitudes-, es imposible; al menos de forma sostenible y duradera. “Robagallinas” que temporalmente alcanzan el éxito puede haberlos, -pero no duran-, su hedor social hace que su futuro apeste, y se queden solos.

La llegada a Teruel fue espectacular. Después de abandonar con un sabor de boca increíble Castellón de la Plana, entrar en Teruel y oler -desde el minuto uno- la presencia del Cid por todos los lados, fue espectacular.

Teruel es una ciudad que a pesar de no tener ni Starbucks ni Burger King, tiene todo lo que un ser humano necesita, aunque a mi hijo comerse una Whopper le hubiera ayudado bastante. Es curioso recuerdo que una vez Camilo José Cela comentó que en España estaba la generación de jóvenes más tontos de todo el mundo, ya que teniendo jamón ibérico, lomo, o cualquier tipo de chorizos, preferían hamburguesas de plástico.

La riqueza mudéjar de Teruel es infinita. Sus torres, su iglesia y -sobre todo- el techado. Ninguno de nosotros sabía que es el techo más espectacular que hay, después de la capilla Sixtina en Roma.

Al día siguiente, teníamos nuestro reto personal en Albarracín. La belleza del lugar compitió directamente con el empinado de sus cuestas. Hubo que tirar de mucha conversación para convencer a todos de lo bonito que resultaría subir hasta lo alto de las murallas, y hubo que ceder y negociar dónde comer, o incluso qué comer; porque las migas no eran suficiente competidor.

Parece increíble que, incluso viajando con tu familia, tengas que usar elementos de persuasión y de negociación; aunque -desde luego- prefiero hacer eso que no el método de imposición que nuestros padres usaron con nosotros. Hacer participe a los más jóvenes del viaje estoy seguro que contribuyó de manera notable al éxito final del mismo.

Al cabo de dos meses ya nos encontrábamos como en nuestra propia casa. Los clientes empezaron a ser un poco más amigos, y la mejora y el “buen rollo” empezó a implantarse en el proyecto.

Claro está que eso nos trajo problemas. Ahora, la gente y yo éramos imprescindibles, y cuando queríamos incluir a una persona nueva, en el proyecto nos ponían pegas, porque ya se habían acostumbrado a nosotros. Resulta paradójico que, para hacer bien un proyecto busques a los mejores, pero cuando los tienes, no los puedes tocar ni dar oportunidades a otros, ya que el cliente te ha “cogido por banda”.

En nuestro caso tuvimos que decepcionar alguna vez al cliente con nuestros compañeros, ya que un principio básico que cumplimos es que cuando hay alguien imprescindible en el proyecto hay que eliminarlo, ya que la calidad ha desaparecido.

Los procesos iban implementándose y los problemas llegaron. La gente se sentía insegura, y tuvimos que tirar de sensibilidad a tope. Las entrevistas tenían que ser delicadas, y los resultados había que interpretarlos bien para que nadie se sintiera atacado.

A nosotros nos creaba cierta inseguridad, ya que nuestra idea es que esos profesionales eran muy buenos y sabían hacer muy bien las cosas, pero ellos mismo creían que no. Nunca olvidaré a la jefa del proyecto que nos pusieron y a su jefe, -quizá dos de las mejores personas, humanamente hablando- que he conocido en mi vida. Sufrían en cada entrevista, querían hacerlo perfecto en todos los proyectos. Su nivel de exigencia era tan elevado que no disfrutaban de lo que tenían; pensaban que la calidad -y por supuesto la certificación- era el fin y no el camino.

Eso a veces nos desesperaba. Además, yo empecé a delegar al cien por cien en mi gerente, a la que el cuello de la camisa cada vez la apretaba más, y no por sus conocimientos, -que eran enormes-, sino por la humanidad que había que desarrollar en el proyecto.

Ella nunca me lo llego a comentar, pero creo que en este proyecto descubrió que una cosa era el producto o servicio y otra las relaciones con las personas; descubrió que en las relaciones es donde está el éxito, no en la técnica, o incluso en el producto.

Con todo esto, nos íbamos acercando al hito importante de ensayar una evaluación, y los nervios iban creciendo. Por aquella época el FC Barcelona había ganado todo: liga, copa, champion, Eurocopa… y presentaban todos los títulos en su estadio. Aunque no soy del Barca, me pareció una terapia estupenda para quitar presión ir a ver el espectáculo. Y así fue, aunque tuvimos que andar un montón y terminar tardísimo. Ver como un grupo de personas había triunfado divirtiéndose, nos ayudó a nosotros mismos a creer más en nuestras posibilidades.

 

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