Sevenweeks de confinamiento

La verdad es que el número siete siempre me ha levantado curiosidad. De hecho, hay 7 tonos musicales, 7 colores que difieren de la luz y cada 7 años se renuevan todas las células de nuestro cuerpo, y el período estándar de siete días utilizado por el mundo.
Su simbolismo probablemente viene del cielo, donde los 7 planetas clásicos forman un todo: el Septenario. La Luna y el sol junto a los planetas que se pueden percibir. La gran mayoría de los símbolos con 7 elementos en todo el mundo provienen de este modelo celestial de las 7 esferas.
Quizás por todo esto, cuando hace un poco más de 7 años (ocho exactamente) empecé mi aventura emprendedora con @Proceso Social, tuve la suerte de bautizar a nuestro principal producto con el nombre de “Sevenweeks”, que indicaba el tiempo en el que nos comprometíamos a diseñar, desarrollar, implementar y certificar un sistema de gestión (calidad, seguridad, medio ambiental, compliance…) dentro de una Pyme.

Ese número no surgió de la nada. Casi ocho meses estuve haciendo ensayos y cálculos de que actividades podían o no aportar valor a una pyme en nuestro objetivo. Tomé como punto de partida mi experiencia de más de 30 años en empresas consultoras. Revisé datos de casi más de 30 proyectos reales en los que yo había participado, aplicando técnicas Lean (SIPOC, recogida de métricas y sobre todo VSM, muchos VMS con sus tiempos) y llegué a un primer calculo que me acercaba a la cifra de 50 jornadas de trabajo.
Con este primer dato necesitaba experimentarlo en empresas reales. Tuve suerte (busqué durante un año), y encontré cinco: tres de ellas muy pequeñas (1 a 3 empleados), una un poco más grande (15 empleados) y otra grande (casi 400 empleados).
Mi primera conclusión fue comprobar que a casi todo el mundo le parecía imposible implementar y sobre todo certificar un sistema en tan poco tiempo. La razón que más repitieron es que nunca se había hecho.
Lo segundo contra lo que tuve que trabajar era contra “la aparente normalidad”, que no era nada más y nada menos que creencias. Siempre se había diseñado un sistema y se había probado durante cerca de un año para después certificarlo. Yo pretendía certificarlo rápidamente con lo mínimo para después en los años de seguimiento (los 3 siguientes) implementar totalmente el sistema.
En este paso perdí muchos colaboradores, que dudaron del modelo.
Mi idea inicial estaba muy centrada en el sistema y en la productividad, de repente me encontré con que no era en el sistema donde se perdía tiempo y por lo tanto valor, sino que se habían generado una serie de actividades y herramientas mal usadas. Básicamente dos: la pésima gestión de las reuniones y el mal uso del correo electrónico.
La cuarta actividad contra la que luchar era “el papel”. Ninguna de estas empresas estaba digitalizada, pero es que además no creían en la transformación digital. Lo veían como algo que sólo valdría para las grandes pero imposible para las pequeñas. Usar productos en la nube, o apps era inviable.
Sin embargo, un quinto obstáculo fue quizás el que más influyo en el éxito del producto: la colaboración entre todos, compartir información, y poder participar en la elaboración del sistema. Para ello la gestión visual fue uno de los puntos claves en este aspecto.
No obstante, este punto trajo un “problema oculto” para muchas organizaciones: la salud mental de sus trabajadores. Mucha gente no se sentía “parte de la empresa”, la motivación era muy baja.
Al principio tuve la tentación de necesitar el coaching, de hecho, me empeñé en buscar colaboradores coach como punto importante y me equivoqué. La solución fué mucho más sencilla. Lo que realmente necesitaban esas personas eran dos cosas: “cariño” de la empresa, es decir motivación y concienciación. Y formación, mucha formación.
En las cinco empresas que trabajé los empleados recibían muy poca formación, pero hubo un dato muy preocupante para mí: los directivos llevaban más de cinco años sin recibir ningún tipo de formación, y sin embargo eran quienes validaban mi trabajo, mi prototipo.
El último muro que tuve que sortear fue el de mis colegas de profesión, el de lo que se suponía que era el foco de expertos en la materia: Asociaciones nacionales de calidad, entidades certificadoras, auditores, empresas consultoras (las big four y alguna más), y mis propios compañeros consultores con los que había trabajado y/o conocido en los mas de 30 años que llevo de profesión.
Fue sin duda el más desagradable, ya que la desaprobación fue unánime.
Casi un 90% de las personas que consulté, o que pedí ayuda para que me validarán lo hicieron. Simplemente descartaron un modelo que según ellos “reducía drásticamente el número de horas de trabajo y por lo tanto el dinero a ingresar”. En otras palabras, a una empresa (por supuesto que no fuera Pyme) certificarse en una ISO le saldría por unos 80.000€ y en un plazo de entre doce y quince meses, frente a unos 7.000€ en un plazo de 50 días.
Afortunadamente, hubo asociaciones que si valoraron la idea y de hecho en el 2015 recibí un premio a la innovación, que ha sido repetido en estos últimos años en otras asociaciones de prestigio. También hay entidades certificadoras que han creído en mi modelo y hemos conseguido a día de hoy tener a casi 80 empresas certificadas con este modelo.
Pero lo más importante es que a partir de esa primera prueba, en la que por cierto certificamos a las cinco empresas, conseguimos reducir el tiempo a 38 jornadas de trabajo que fue precisamente la cifra que dio nombre a nuestro “Sevenweeks).
Y precisamente hoy que hace 46 días que empezamos este confinamiento impuesto por un maldito virus que está matando gente (más de 200.000 personas en todo el mundo y más del 10% en España, nuestro país), me he dado cuenta de que el aprendizaje que estoy adquiriendo en este tiempo no es muy diferente al que recibí en mi proyecto emprendedor.
No me queda más remedio que visualizar un objetivo, que dependa de mi y donde tengo presente, de momento, a la muerte. Mientras muera gente diariamente debo aprender a aceptar que, en mi entorno, mis clientes, mis colaboradores o yo mismo podemos morir.
Para ello debo cambiar mis creencias, tener en cuenta la posibilidad real de morir no es negativo ni pesimista, es aceptar una realidad desde la cual podré empezar de nuevo.
No concibo un futuro sin tecnología, donde ya sin ningún tipo de discusión debo entrar, y para ello debo aprender y además hacerlo rápidamente porque de lo contrario no tengo futuro.
La manera de relacionarme con los demás ha cambiado, ahora deberemos aprender a abrazarnos con las palabras, deberemos aprender a mirar y a mantener la mirada en una videoconferencia, y por supuesto deberé valorar mi núcleo central que es mi familia con la que el nivel de horas a compartir va a ampliarse de un maneral exponencial muy fuerte. Así como gestionar mi voz y saber emplearla bien.
Otra vez tendré que aprender a micro gestionar y a apostar, no por proyectos de mucho dinero, sino por muchos proyectos de poco dinero, donde el valor y la calidad ahora son mucho más vitales de lo que eran antes.
Habrá que “aprender a ponerse en los zapatos de los demás” y dejarnos de pensar en como la vida era antes. Sería bueno aprender a perder todo lo que hemos ganado hasta ahora y convertir esas pérdidas en ganancias.
Y lo más importante, es hacerlo no decirlo. Sinceramente creo que los autónomos, freelances, emprendedores empezamos con un poco de ventaja porque todo este nuevo camino conlleva un sufrimiento que un asalariado tradicional no está acostumbrado a llevar a sus espaldas.
¿Aceptaremos que posiblemente no volvamos nunca a la normalidad, porque precisamente la normalidad era el problema?
Os dejo un cuadro para contempléis diferentes oportunidades, y desde luego:

hoy más que nunca, “la calidad me lleva a un mundo diferente.”

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