Cuentos para reinventarse

Reconozco que llevo varias semanas con la duda de escribir o no. Por un lado tengo la necesidad de decir muchas cosas, de compartir, de tratar de inspirar a los que me leeis..pero realmente por otro lado tengo angustia y pienso que no voy a ser capaz de conseguirlo y que en vez de ayudar voy a contrinuir a empeorar la situación.
Pero para eso están los amigos ¿no?, @Marian M. Martos ha sido la primera en darme el bisturí. Gracias. @Julio de la Iglesia me ha recordado mi condición de héroe. Gracias. Y mi querida @Isabel Juarez simplemente me ha sonreido. Gracias.
Voy a empezar aportando una serie de cuentos que he leido a lo largo de mi vida y que creo que  ahora nos pueden ayudar para lo primero que debemos de hacer:

PENSAR EN COMO PODEMOS REINVENTARNOS

No es fácil, nada fácil. Hoy tomo prestado un cuento de Jorge Bucay: “El portero del prostíbulo”, que pertenece a su libro “Déjame que te cuente…”. Espero que os inspire.
 
No había en aquel pueblo un oficio peor visto y peor pagado que le de portero del prostíbulo…pero, que ¿otra cosa podía hacer aquel hombre?
De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenia ninguna otra actividad ni oficio. En realidad, era su puesto porque su padre había sido el portero de ese prostíbulo antes que él, y antes que él, el padre de su padre.
Durante décadas, el prostíbulo había pasado de padres a hijos y la portería también.
Un día, el viejo propietario murió y un joven con inquietudes, creativo y emprendedor, se hizo cargo del prostíbulo. El joven decidió modernizar el negocio.
Modificó las habitaciones y después cito al personal para darles nuevas instrucciones.
Al portero le dijo: “a partir de hoy, usted, además de estar en la puerta, me va a preparara un informe semanal. Allí anotará la cantidad de parejas que entran cada día. A una de cada cinco les preguntará cómo fueron atendidas y qué corregirían del lugar. Y una vez por semana, me presentará ese informe con los comentarios que usted crea convenientes”.
El hombre tembló. Nunca le había faltado predisposición para trabajar, pero…
-Me encantaría satisfacerle, señor -balbuceó- pero yo… no sé leer ni escribir.
-¡Ah! ¡Cuánto lo siento! Como usted comprenderá yo no puedo pagar a otra persona para que haga esto ni tampoco puedo esperar a que usted aprenda a escribir, por lo tanto…
-Pero, señor, usted no me puede despedir. He trabajado en esto toda la vida, al igual que mi padre y mi abuelo…
No le dejo terminar
-Mire, yo lo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Lógicamente le daremos una indemnización, es decir, una cantidad de dinero para que pueda subsistir hasta que encuentre otro trabajo. Así que lo siento. Que tenga suerte.
Y, sin más, dio media vuelta y se fue.
El hombre sintió que le mundo se derrumbaba. Nunca había pensado que podría llegar a encontrarse en esa situación.
Llegó a su casa, desocupado por primera vez en su vida. ¿Qué podía hacer?
Recordó que a veces, en el prostíbulo, cuando se rompía una cama o se estropeaba la pata de un armario, se las ingeniaba para hacer un arreglo sencillo y provisional con un martillo y unos clavos. Pensó que esta podía ser una ocupación transitoria hasta que alguien le ofreciera un empleo.
Buscó por toda la casa las herramientas que necesitaba, y sólo encontró unos clavos oxidados y una tenaza mellada.
Tenía que comprar una caja de herramientas completa y, para eso, usaría una parte del dinero que había recibido.
En la esquina de su casa se enteró de que en su pueblo no había ninguna ferretería, y que tendría que viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra. “¿qué más da?” pensó. Y emprendió la marcha.
A su regreso, llevaba una hermosa y completa caja de herramientas. No había terminado de quitarse las botas cuando llamaron a la puerta de su casa; era su vecino.
– Venía a preguntarle si no tendría un martillo que prestarme.
– mire, si, lo acabo de comprar, pero lo necesito para trabajar…Cómo me he quedado sin empleo…
– bueno, pero yo se lo devolvería mañana muy temprano.
– Está bien.
A la mañana siguiente, tal como había prometido el vecino llamó a su puerta.
-Mire, todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende?
-No, yo lo necesito para trabajar y , además, la ferretería está a dos días de mula.
-Hagamos un trato -dijo el vecino-. Yo le pagaré a usted los dos días de ida y los dos de vuelta, más el precio del martillo. Total, usted está sin trabajo. ¿qué le parece?
Realmente esto le daba trabajo durante cuatro días…
Aceptó.
A su regreso, otro vecino lo esperaba a la puerta de su casa.
-Hola, vecino, ¿usted le vendió un martillo a nuestro amigo?
-Si…
-Yo necesito unas herramientas. Estoy dispuesto a pagarle sus cuatro días de viaje y una pequeña ganancia por cada una de ellas. Y sabe: no todos disponemos de cuatro días para hacer nuestras compras.
El ex portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador y un martillo y un cincel. Le pagó y se fue.
“…No todos disponemos de cuatro días para hacer nuestra compra…” recordaba.
Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que le viajará para traer herramientas.
En el siguiente viaje decidió que arriesgaría algo del dinero de la indemnización trayendo más herramientas de las que había vendido. De paso, podría ahorra tiempo en viajes.
Empezó a correrse la voz por el barrio y muchos vecinos decidieron dejar de viajar para hacer sus compras.
Una vez por semana, el ahora vendedor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes. Pronto se dio cuenta de que si encontraba un lugar donde almacenar las herramientas podría ahorra más viajes y ganar más dinero. Así que alquiló un local.
Después amplió la entrada del almacén y unas semanas más tarde añadió un escaparate, de manera que el local se transformó en la primera ferretería del pueblo.
Todos estaban contentos y compraban en su tienda. Ya no tenia que viajar porque la ferretería del pueblo vecino le enviaba sus pedidos ya que era un buen cliente.
Con el tiempo todos los compradores de pueblos pequeños más alejados prefirieron comprar en su ferretería y ahorra dos días de viaje.
Un día, se le ocurrió, que su amigo el tornero podría fabricar para el las cabezas de los martillos y después… ¿Por qué no? También las tenazas, las pinzas y los cinceles.
Después vinieron los clavos y los tornillos…
Para no alargar demasiado el cuento os diré que en diez años aquel hombre se convirtió en un millonario fabricante de herramientas a base de honestidad y trabajo. Y acabó siendo el empresario más poderoso de la región.
Tan poderoso era que, un día, con motivo del inicio del año escolar, decidió donar a su pueblo una escuela. Además de leer y escribir allí se enseñarían las artes y los oficios más prácticos de la época.
El intendente y el alcalde organizaron una gran fiesta de inauguración de la escuela y una importante cena de homenaje para su fundador.
A los postres, el acalde le entregó las llaves de la ciudad y el intendente lo abrazó y le dijo: “es con gran orgullo y gratitud que le pedimos que nos conceda el honor de poner su firma en la primera página del libro de actas de la nueva escuela”.
-El honor sería para mi -dijo el hombre- creo que nada me gustaría más que firmar allí, pero no sé leer ni escribir. Soy analfabeto.
-¿usted? -dijo el intendente, que no alcanzaba a creerlo-
-¿usted no sabe leer ni escribir? ¿usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? Estoy asombrado
-Me pregunto que hubiera hecho si hubiera sabido leer y escribir.
-Yo se lo puedo contestar -respondió el hombre con calma-. si yo hubiera sabido leer y escribir …

¡sería portero del prostíbulo!.

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