El tema de hoy es un poco delicado amigos. A diario escucho continuamente a mi alrededor, desgraciadamente, que no hay trabajo. Escucho a muchas personas que no pueden encontrarlo porque las empresas no contratan. Seguramente por la crisis.
No quiero decir que me guste la situación, o que lo que voy a comentar es lo correcto, ni mucho menos, la vida no es como nos gustaría que fuera ni cómo debería de ser, es simplemente como es, y como tal, la tenemos que aceptar y adaptarnos en lo posible a ella.
Trabajo hay y las empresas necesitan trabajadores. Eso es una realidad, ahora bien, la pregunta a hacerse es la siguiente:
¿Hay trabajos con las mismas condiciones laborales de hace unos años?,
es decir, contratos fijos e indefinidos, con plazas de garaje y con una sobredimensión económica alta. Pues eso es precisamente lo que no hay, y lo que, sinceramente, creo que buscan muchas personas.
Si hoy quieres ganar más de 45.000€ con una nómina fija creo que no te va a contratar ninguna empresa, a no ser que sea el presidente directamente, o sea por una necesidad muy puntual. Eso nos lleva a que las condiciones laborales “del pasado” han desaparecido, pero no el trabajo.
Y ojo que aquí se produce un error muy importante desde mi punto de vista. En esa situación una solución es que seas un profesional liberal, o como en España decimos despectivamente: Autónomo. Pero esto no es ser EMPRENDEDOR. No tener más remedio que trabajar por tu cuenta no te hace un emprendedor. ¿La diferencia? Muy simple, el emprendedor lo hace voluntariamente, el autónomo no tiene más remedio. Aunque obviamente puedes ser las dos cosas también.
Pero tampoco cualquiera puede ser autónomo. Si a cualquiera de nosotros nos despiden, bastaría con que hiciéramos de manera particular lo mismo que estábamos haciendo en la empresa.
Ahora bien esto trae un debate muy importante:
¿Qué estabas haciendo en la empresa? ¿Qué valor aportabas?,
si nuestro trabajo era de valor y nosotros éramos competentes no vamos a tener problemas ahí fuera una vez que aceptemos las nuevas reglas.
Pero si resulta que nuestro trabajo no era tan brillante ,o nosotros mismos estábamos protegidos por una capa de burocracia empresarial, entonces si que tenemos un problema.
Recientemente en una charla que di a jóvenes estudiantes en un master les propuse “el ejercicio de las tarjetas”, consistía en darles una tarjeta con el logotipo de una gran empresa y con un cargo importante. Les pedí que pusieran su nombre y a continuación me explicaran en que consistía su trabajo, si estaban contentos, si cobraban buen sueldo.
Luego les pedí que cogieran una tarjeta en blanco y escribieran su nombre y apellidos en medio de la misma, una vez hecho eso tenían libertad para explicar lo que quisieran: su sueño, su idea de que iban a vivir ellos y su familia.
Luego les pedi que escogieran una de las dos tarjetas, y muchos escogieron la primera: la de la gran empresa. Es respetable, pero un poco triste porque el mundo, no hacia el que vamos, sino en el que llevamos ya un par de años instalados tiene otras reglas de juego.
En ese nuevo mundo, fantástico por cierto, tenemos la ventaja de que todo se puede negociar, un pequeño puedo colaborar con un grande, es más, el grande necesita del pequeño cada vez más.
Tenemos el momento de demostrar nuestro valor, ya no tenemos jefe, somos nosotros mismos nuestros jefes, ya no tenemos que reunirnos quince horas para decidir a qué tarifa trabajamos, lo decidimos en menos de cinco minutos.
Ya vamos a poder conciliar nuestra vida laboral con la profesional, y si aportamos valor vamos a ganar incluso más dinero que de asalariados.
Eso sí, ya no tendremos tiempo para tomar tantos cafés, ya iremos solamente a los cursos que realmente nos aporten y nos interesen, ya tendremos que levantarnos de la cama aunque tengamos un poco de catarro, tendremos menos tiempo para escribir chorradas por correo, pero sobre todo tendremos libertad.
¿Es eso realmente lo que queremos?, ¿Depender de nosotros mismos?
A lo mejor en el fondo de nuestro corazón, o cerebro, lo que queremos es seguir teniendo la posibilidad de quejarnos todo el día y descargar la responsabilidad de nuestra falta de valor en otros.
Entonces seguiremos enganchados al mundo que nuestros padres y abuelos nos dieron, un mundo de “puestos de trabajo fijos”, de ”titulitis” y de apariencia. Un “mundo de boquilla”, donde el coche el piso y los trajes son tu tarjeta de presentación.
Ese mundo ha muerto, aunque todavía haya miles, quizás millones de verdaderos “zombis” a nuestro lado. Quitemos de nuestros escritorios las fotos de los muertos, de esos zombis y pongamos las de nuestros hijos o sobrinos que van a heredar un mundo a lo mejor con menos coches, y con pisos de alquiler pero felices y responsables consigo mismo, sin nuestra hipocresía social.
Actuamos como si el lujo y la comodidad fueran lo más importante en la vida, cuando lo único que necesitamos para ser realmente felices es algo por lo cual entusiasmarnos.
Por eso lo único que pido es que si queremos seguir con el modelo del pasado expliquémoslo bien, pero no digamos continuamente que no hay trabajo.