Maleducados digitales

Todos los que tenemos hijos adolescentes seguro que casi todos los días “lidiamos” a la hora de la comida o de la cena con el móvil de ellos. Parece que les resulta imposible estar “desconectados” durante el rato de la sobremesa sin poder responder sus mensajes.
En esos momentos montamos alguna bronca llamando la atención sobre su mala educación, o gritando maldiciones sobre el invento del teléfono móvil, e incluso, en algunos casos, reproches “casposos” sobre la permisibilidad del uso de estos dispositivos a unas personas tan jóvenes.
Sin embargo esta semana quiero hacer una reflexión sobre estas actitudes “adultas”, después de haber estado unos días de viaje laboral fuera de mi ciudad, viendo cinco momentos que precisamente me han hecho reflexionar sobre este tema:
1.- Conversaciones en voz alta.
Según me subo al tren, y prácticamente durante todo el viaje, participo involuntariamente en tres conversaciones: en la primera un hombre de unos cincuenta años explica a voz en grito, al que supongo que seria su compañero de trabajo, la presentación que va a hacer en su visita y como va tratar de “colarles” un presupuesto más alto del previsto. Yo espero por su bien que no hubiera nadie en ese vagón de la empresa que iba a visitar.
La segunda conversación es menos interesante, una mujer de unos cuarenta años le explica a su hermana que esta harta de su marido y que si no fuera por los niños le mandaba a paseo. Sin lugar a dudas la mejor es la tercera en la que asistimos en “directo completo”, a una conversación entre un hombre maduro y su abogado tratando su demanda de divorcio.
Digo que asistimos en directo porque este señor además de hablar en voz alta, puso el altavoz para que también todo el vagón pudiera escuchar al letrado también.
2.- Hablar mientras conducimos.
Al llegar cogí un taxi en la parada de la estación y voy con un taxista de unos treinta y tantos años que no solamente fue hablando el 90% del viaje por teléfono sino que lo hizo mientras lo sujetaba con la mano el aparato.
Al llegar me aclaró que era una conversación privada y que por eso quito el manos libres.
3.- Empezamos la charla.
Llego a la sala para dar una conferencia de unos 45 minutos. La asistencia es alta y esta vez un poco sensibilizado con el tema tomo métricas del asunto.
Había 24 asistentes. 15 cogieron el teléfono en algún momento. 8 salieron y entraron de la sala al menos una vez. 9 personas estuvieron con el portatil abierto leyendo o contestando correos. Y los 24 en algún momento contestaron o miraron su móvil. Por cierto ninguno puso ni un tweed de la conferencia, solamente mi compañero fue el que hizo uso del twitter.
4.- Llega la comida.
Veo con detenimiento que todo el mundo, como si existiera un protocolo al respecto, deja su móvil al lado derecho del plato, junto a la cuchara.
Todo el mundo, éramos unos diez, en algún momento escribió, o respondió algún mensaje, y uno en concreto se levanto a los cinco minutos y regreso casi a los postres. Yo pensé que había pasado algo grave, pero el nos “tranquilizo” a todos diciendo que “era un pesado” que le había llamado.
5.- Momento divertido.
Como íbamos bien de tiempo nos acercamos andando a la estación y fuimos testigos “inesperados” de un señor que literalmente se rompió el tobillo ,“como mínimo”, mientras iba respondiendo un mensaje y no vio la acera, dándose un golpe de campeonato. Lo cierto es que tuvo suerte porque si no se llega a caer hubiera podido ser atropellado.
Ojo, en algunas ciudades como la que ilustra la foto, ya hay carriles para gente que va usando el móvil por la calle.
El regreso en el tren fue más de lo mismo, solo superado por un señor que no se muy bien ponerle edad pero que aprovechaba su trabajo haciendo un informe con alguna mirada…..!a una pagina porno!.
Lo cierto es que cuando llegue a casa y vi a mi hijo tirado en el sillón hablando con su grupo de teléfono no me vi con fuerzas para decirle nada.
Quizás antes de dar discursos a nuestros hijos deberíamos de darles ejemplo, solamente así podrán ser mejores que nosotros, que de eso se trata.

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